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Compartimos este artículo de LA
REVISTA AGRARIA, de la edición 143 de agosto.
Artículo escrito por María
Scurrah(1) , Stef de Haan(1,2), Edgar Olivera(1), Raúl Ccanto(1), Hilary
Creed(3), Miluska Carrasco(3), Ernesto Veres(4), Carlos Barahona(5) para La
Revista Agraria
Una de las paradojas más
impactantes es arribar a las comunidades chopcca de Huancavelica, que están
ubicadas entre Yauli y Paucará, dos capitales de distrito. El paisaje es
lírico: bajando de la puna, franqueando campos con variados cultivos, uno se
cruza con mujeres que están yendo o regresando con su rebaño mixto
(principalmente ovejas, pero también vacas, llamas y chanchos). Al llegar a la
comunidad nos enteramos de que allí se cultivan 98 variedades de papa, 15 de
habas, 12 de olluco, 15 de mashua, 11 de oca, 2 de cebada, 3 de tarwi y varios
ecotipos de sacha col; pero, al mismo tiempo, de que la desnutrición crónica
oscila entre 40% y 55%: una de las más altas del país, según las cifras que
arrojan el INEI y los centros de salud locales. Es decir, es un microcentro de
agrobiodiversidad, pero, paradójicamente, allí se localizan las poblaciones más
pobres.
La literatura científica, por
otro lado, sostiene que la agrobiodiversidad se asocia con una alimentación más
variada, lo que conlleva una mejor dieta (Frison et al. 2011) (6). En vista de
que los cultivos andinos son conocidos por su alto valor nutritivo, se estudió
esta coexistencia entre la agrobiodiversidad y la desnutrición, que parece ser
contraintuitiva.
Para ello, en 4 de los 15 centros
poblados que conforman la comunidad Chopcca se aplicaron cinco cuestionarios a
la población con niños menores de 3 años (185 familias): un cuestionario para
los varones, a fin de indagar sobre agrobiodiversidad y producción e ingresos;
dos cuestionarios para las mujeres, sobre disponibilidad y acceso a alimentos,
y percepción de inseguridad alimentaria; y dos cuestionarios para obtener datos
concretos sobre los alimentos ingeridos por los niños de entre 6 y 42 meses
(uno en junio de 2012, luego de la cosecha, y el segundo en febrero de 2011,
antes de la cosecha).
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Papa, cebada y haba para la seguridad alimentaria
Las comunidades chopcca se
encuentran entre los 3,600 y los 4,200 m.s.n.m.; por lo tanto, no acceden al
piso de maíz, y sus cultivos se restringen a aquellos adaptados al piso más
alto (suni). Ellas miden sus tierras por yundas (1 yunda = 620 m2). Los
cultivos, en orden de importancia por superficie cultivada en promedio, son:
papa: 3,400 m2 (2/3 de nativa y 1/3 de mejorada); cebada: 1,626 m2; haba: 800 m2;
tarwi: 1120 m2; y avena: 800 m2. Manejan pequeñas áreas de alrededor de 200 m2
de tubérculos andinos y otros. La suma de esto hace un promedio de una hectárea
cultivada por familia.
La papa es el cultivo que produce
la mayor cantidad de calorías por área de cultivo. Los rendimientos que
manifestaron para la papa (4.5 t/ha) estuvieron por debajo del promedio que se
maneja de mediciones directas (6-15 t/ha). Todos los cultivos, a excepción del
tarwi, son para el autoconsumo. No venden papas, pues no logran tener
excedentes, y un 40% de las familias reportaron que no tenían papa entre
noviembre y marzo, época llamada también como de escasez o de hambre. Venden
hasta un 20% de su haba y cebada, y reportan que tienen acceso a estos
alimentos todo el año, al igual que al chuño. Es decir, la papa, la cebada y el
haba son los pilares de la seguridad alimentaria, mientras que el tarwi es un
cultivo netamente comercial: no se consume y es vendido casi en su totalidad, y
guardan solo la semilla para el próximo año.
Dramática situación nutricional de los niños chopcca
Un hecho a destacar es que no se
encontraron correlaciones entre la desnutrición crónica y los parámetros de
diversidad de esta muestra. Tampoco hubo correlación entre la desnutrición y el
índice de productividad o la extensión y número de chacras, lo que indica que
la agricultura y la nutrición no están íntimamente ligadas. Una correlación que
se halló fue entre el número de personas en el hogar y un mayor índice de
desnutrición. Es decir, contar con más variedades o con una mejor cosecha no
necesariamente repercute en una mejor nutrición, lo que indica que esta es un
proceso que requiere más análisis.
La desnutrición crónica se mide
por la razón talla/edad en el eslabón más vulnerable: el niño hasta los 3 años.
Si a los 3 años el niño se ubica debajo de la curva de crecimiento fijada por
la Organización Mundial de Salud (OMS), se trata de un retraso difícil de
revertir. La voz de alarma viene por el desarrollo mental deficiente, asociado
con este nivel de desnutrición.
La situación nutricional de los
niños chopcca es dramática: el 70% no llega a satisfacer las recomendaciones de
ingesta diaria de hierro, zinc, ácido fólico y calcio, mientras que la ingesta
diaria recomendada de proteína y vitamina C está satisfecha por cereales y
tubérculos. Cuando dejan de lactar, muestran deficiencia de vitamina A.
Precisamente, el déficit de hierro se asocia con anemia, que a su vez causa
deficiencia en el desarrollo cognitivo, mientras que el déficit en zinc los hace
más vulnerables a las enfermedades.
Alrededor de 37% del hierro
procede de los cereales, y la papa provee un 12% en la época de abundancia y un
8% en la época de escasez. El hecho de que casi no haya alimentos de origen
animal sería la causa de la severa deficiencia que impacta en el desarrollo de
los niños, aunque también inciden
factores culturales, como destinar los alimentos ricos en nutrientes —que
vienen de los huevos, la leche y la carne— al mercado, en vez de priorizar a
los niños. La frecuencia de las enfermedades respiratorias y diarreicas juega
un rol negativo en el desarrollo del niño.
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La importancia de la diversidad de la dieta
El resultado de mayor
contrasentido obtenido en el estudio es que la época de escasez arrojó un menor
déficit de hierro, zinc y vitamina A, debido a que en esa época las mamás
estuvieron dando papilla fortificada y chispitas a sus niños, productos altos
en hierro y zinc y vitamina A, que provienen de los centros de salud. Estos
productos pueden jugar un rol importante cuando las familias no pueden suplir
los alimentos adecuados.
Entonces, ¿dónde queda la idea de
que la agrobiodiversidad juega un rol en la nutrición? El concepto nutricional
de diversidad de dieta es diferente del concepto de diversidad agrobiológica, desde
que enfoca los productos de origen animal, vegetal y frutas por sus aportes en
diversos micronutrientes y no de cultivos. De esta forma, la diversidad de
dieta agrupa papa, arroz, trigo, cebada, avena y yuca en un solo rubro de
carbohidratos (ricos en energía), por lo que una combinación de éstos previenen
la desnutrición, mientras que el número de variedades de cultivos —la
diversidad agrobiológica— juega un rol clave en mantener la productividad bajo
climas adversos y marginales.
El 98% de las familias de
Chopccapampa reportaron pérdidas de cosechas de papa por problemas de clima y
de enfermedades; el 60%, pérdidas de cebada por granizo. La variabilidad
genética de cultivos y de especies es una herramienta esencial para contrarrestar
las vicisitudes del clima, y las variedades dominantes van cambiando o se
mantienen según cada estación, adaptándose a un clima cambiante. Así, solo
indirectamente la diversidad agrobiológica influye en la nutrición y la
seguridad alimentaria, siendo esta última, a su vez, influenciada por la
cultura.
Fuente:
PDF: http://www.larevistaagraria.org/content/ricos-en-agrobiodiversidad-pero-pobres-en-nutrici%C3%B3n
Notas
1 Grupo Yanapai.
2 Centro Internacional de la
Papa.
3 Instituto de Investigación
Nutricional (IIN).
4 Universidad Politécnica de
Valencia (España).
5 Universidad de Reading (Reino
Unido).
6 Frison, E.A.; J. Cherfas y T. Hodgin (2011).
«Agricultural biodiversity is essential for a sustainable improvement in food
and nutrition security». Sustainability 2011-3, pp. 238-253.
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